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Cada vez que nace un niño, vuelve a nacer con ese niño la posibilidad del genio.
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Al principio, nuestro objetivo no consistía más que en conseguir que los niños que padecían graves lesiones cerebrales, que estaban ciegos, sordos, paralizados y mudos, pudieran ver, oír, caminar y hablar. A esto nos dedicamos durante cinco años, con éxito a veces, fracasando con mayor frecuencia.
lo hacíamos a base de tratar el cerebro, donde se encontraba el problema, más que en los brazos, los ojos, las piernas y los oídos, donde se encontraban los síntomas.
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Sucedía que cuando los niños leían mejor, hablaban mejor, se movían mejor, y por lo tanto absorbían cada vez más información, entonces aprendían mejor y sis C.I. aumentaban.
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La verdad es que la inteligencia es consecuencia del pensamiento; no es que el pensamiento sea consecuencia de la inteligencia.
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Hay una cosa que parece segura, y es que ser inteligentes es bueno y no malo.
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A mí me preocupa mucho un mundo que venera los bíceps y que de alguna manera, inexplicablemente, teme al cerebro.
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Este miedo había quedado reflejado algunos años atrás en un programa de entrevistas en televisión realizado por la BBC:
Entrevistador (con tono acusador): ¡Pero da la impresión de que ustedes proponen la creación de una especie de élite!
Yo: exactamente.
E: ¿Reconoce que proponen la creación de un grupo de élite entre los niños?
Yo: lo reconozco con orgullo.
E: Entonces, ¿cuántos niños quiere usted que constituyan esa élite que proponen?
Yo: Unos mil millones.
E: ¿Mil millones? Y ¿cuántos niños hay en el mundo?
Yo: Unos mil millones.
E: Ah, empiezo a entenderlo. Pero, entonces, ¿respecto de quién quieren ustedes hacerlos superiores?
Yo: Queremos hacerlos superiores respecto de sí mismos.
E: Ahora lo entiendo.
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Sólo nos quedaremos atascados en la paradoja del genio malo si persistimos en basarnos en definiciones arcaicas del genio, medido en función de pruebas de inteligencia absurdas.