A veces me canso de ver cómo los niños son tratados como si fueran personas incompletas, de ver cómo los adultos les obligan a hacer cosas que ni ellos hacen, de escuchar cómo los adultos hablan de los niños delante de ellos como si no estuvieran presentes.
En general, los adultos minusvaloran las capacidades de los niños: las emocionales, las físicas y las intelectuales. He visto, por ejemplo, a muchos adultos inventando cuentos para explicar a sus hijos la muerte de un ser querido. Esos adultos, más adelante, se ven en la tesitura de tener que explicar a los niños que aquello que les habían contado no era exactamente cierto. En realidad, están diciendo a sus hijos: "te mentí, ahora voy a explicarte lo que necesitabas saber hace cinco años".
Todo esto es para pedir que tratéis a vuestros niños con el merecido respeto; que les expliquéis aquello que quieran saber; que no penséis "no lo va a entender" o "es demasiado pequeño". Nunca son demasiado pequeños, ni demasiado incapaces, para entender aquello que están preguntando.
Ellos son libres, no tienen nuestros prejuicios.
Nosotros no somos los maestros. Los maestros son ellos.