Joana Rotger Barber, de formación humanista y con
experiencia profesional en los campos de la educación y de la comunicación. Es
autora del blog Breves de Historia.
Dice un viejo aforismo que aquellos que no estudian la
Historia están condenados a repetirla. Una frase corta con un mensaje claro,
rotundo, de gran calado y que debería invitarnos a reflexionar, entre otras
muchas cosas porque la historia de la Humanidad nos enseña que las actitudes
tiránicas, sean explícitas o camufladas bajo apariencias democráticas, se
sustentan en la ignorancia.
He leído con interés Crianza ygenealogía, una colaboración de Martina Nicolás que trata sobre
la importancia del conocimiento de la propia genealogía en el proceso de
maduración de una persona. En él, explica como la confección del árbol
genealógico facilita la identificación de la propia personalidad, proporciona
el conocimiento del mapa familiar con sus correspondientes ramificaciones,
afianzamiento de afectos y relaciones. Cuestiones, todas ellas, que permiten
alcanzar un mayor grado de aceptación de la realidad particular, debidamente
contextualizada y enmarcada en el espacio tiempo y encajada en el conjunto
humano concreto y particular formado por todos aquellos que nos han precedido y
que llamamos “nuestros antepasados”, pero, también, por aquellos con los que
coincidimos viviendo en la misma época y procedemos de una misma sangre.
El paralelismo es evidente. De la misma manera que
necesitamos conocer nuestros ancestros y nuestras particulares circunstancias,
necesitamos aprender Historia, conocer la Historia para conocer el mundo, para
saber de dónde venimos y quienes somos; para conocer al “otro” y su historia
que es, a fin de cuentas, lo que nos hace distintos, porque sólo así,
conociéndonos y conociéndolos, seremos capaces de comprendernos, requisito
indispensable para una deseable convivencia, respetuosa y pacífica.
Pero, ¿cómo enseñar Historia a los niños cuando, lejos
ya de la cultura de tradición oral y de la enseñanza de las Humanidades, a
muchos de los adultos que actualmente tienen la responsabilidad de la educación
de los más jóvenes, se les ha hurtado el aprendizaje de esta disciplina? Más
aún, ¿cómo, partiendo de la anterior afirmación y desde la realidad del alud de
información que gracias a las modernas TIC tenemos al alcance de la mano
podemos, y debemos, cribar lo bueno de lo malo, lo sustancial de lo anecdótico?
Propongo empezar cuanto antes. La curiosidad del niño,
del adolescente o del joven nos guiará sobre los pasos a seguir. Es importante
respetarla —la curiosidad— y, en cierta medida como ocurre con todo aprendizaje,
estimularla. Y si nuestros conocimientos son escasos, tenemos ante nosotros el
apasionante reto de aprender juntos.
Propongo algunos ejemplos prácticos que pueden ayudar y
orientar en el momento de iniciar el estudio de la Historia. Se
puede aprender Historia en:
- El día a día. Es decir, a partir de las informaciones y noticias diarias, situando al personaje (o personajes) en su contexto político, social, económico y geográfico. Buscar y proporcionar más o menos información en función de la edad del niño y hasta dónde se mantenga su interés.
- Mediante la observación del entorno. A través del callejero; las estatuas de personajes y esculturas que decoran edificios y lugares públicos. Investigando los nombres de las estaciones de metro en muchas ciudades.
- Visitando museos.
- Viajando.
- Nuevas tecnologías e internet. Utilizando infinidad de recursos como juegos interactivos recreando civilizaciones, batallas y gestas históricas. Películas y series históricas y de ficción (a menudo las de ciencia ficción están inspiradas en hechos históricos de culturas y civilizaciones concretas).
- Y, por supuesto, libros y cómics, siempre de acuerdo con la edad y madurez del niño.
Pienso que resulta muy interesante hacer estos “viajes” por
la historia de manera transversal. Así, cada personaje, cada época histórica
debe verse desde todas las perspectivas posibles: historia, geografía,
economía, organización social y política, arte —en todas sus expresiones—,
literatura, música, religión, ciencia, relaciones internacionales, etc. A
medida que se va avanzando, resulta muy interesante y enriquecedor acudir a
distintas fuentes, analizar y comparar.
Descubriremos que siempre podemos
tirar un poco más del hilo, que siempre podemos profundizar un poco más en
aquello que estemos viendo en cada momento, y que la historia de un
pueblo nos conduce a la historia de otros pueblos, que la investigación sobre
un personaje nos lleva a otros personajes, más o menos secundarios, más o menos
importantes que se entrecruzan, se enlazan, se enriquecen y se complementan. Y,
lo más importante, descubriremos, en fin, que estos conocimientos que vamos
adquiriendo nos permiten entender y comprender cada vez más y mejor lo que
ocurre a nuestro alrededor, por qué pasan ciertas cosas y no otras y las
consecuencias que de ellas se derivan; nos permiten, en cierta medida, entender
un poco mejor cómo es el mundo, quiénes somos, dónde estamos y
adónde vamos.
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