En el año 2006, la maestra Pascaline Dogliani empezó a organizar talleres de filosofía para los alumnos de la escuela infantil donde trabajaba. “Sólo es el principio” es el resultado de un trabajo que duró tres años (entre el rodaje y el montaje) y que va mucho más allá de la mera experiencia pedagógica.
Las tareas preparatorias
consistían en sesiones de dibujo,
lectura de historias, espectáculos teatrales, etc. Después, los niños y su
maestra se sentaban alrededor de una vela encendida y empezaba la sesión de
filosofía. Niños de 4, 5 y 6 años respondían a cuestiones trascendentales sobre
la muerte, el amor, la libertad, la inteligencia, la amistad o el racismo dando
su propia versión de cada concepto, tratando de encontrar ejemplos válidos y
aprendiendo a razonar. En las primeras sesiones, Pascaline les guía mediante
una serie de preguntas sobre cada tema. Pero a lo largo de dos años, los niños
aprenden a escuchar al otro y a responderle, reconstruyendo su propio
pensamiento y analizando los puntos de vista encontrados.
En estas sesiones no hay
obligación de participar; no hay respuestas correctas e incorrectas, no hay
evaluación, no hay premios ni castigos. No hay siquiera una duración determinada,
no hay un horario que cumplir. Algunas sesiones duraron más de una hora, pero
hubo otro que sólo duró diez minutos. Se agotó el tema, los niños no tenían
nada que decir, de modo que se levantó la sesión. Todas las respuestas son
válidas porque son sinceras. Constituyen un camino en la construcción del pensamiento
racional de cada niño; aprenden a escuchar al otro pero también a si mismos,
fortaleciendo así su propia autoestima. Es todo lo contrario de la escuela
convencional, donde hay tantas pautas rígidas marcadas, tantos objetivos por
cumplir y tantos métodos predeterminados, que no cabe la evolución personal del
niño.
El documental se ha comparado con
“La clase” y con “Ser y tener”, y ha sido ampliamente elogiado por su
autenticidad, por ser ágil y divertido sin dejar de ser profundo y educativo.
Se le ha criticado, por el contrario, que no tiene “nada que ver con la
filosofía”. Probablemente el sentido de la crítica es que no tiene nada que ver
con las “clases de filosofía”. Porque ¿qué es la filosofía sino el
planteamiento de cuestiones fundamentales sobre la existencia humana? ¿Acaso la
edad de los participantes invalida de algún modo sus respuestas y sus
argumentaciones?
El proyecto de Pascaline va más
allá de la escuela; no es académico y no se agota en el espacio escolar, sino
que continúa en casa, con las familias y, previsiblemente, continuará a lo
largo de toda la vida de sus participantes. Porque este taller “sólo es el
principio”.