De Yolanda Reyes, vía Cuatro en la Cama.
Porque a los niños les gustan las historias. Porque en el fondo, cada vida es una historia. Y al asomarse a las p áginas de un libro, los niños se asoman a la infinidad de historias de la vida de la gente.
Porque los niños son curiosos como cualquiera de nosotros. Y quieren saber qué piensan otras personas, c ómo se sienten, cómo resuelven sus problemas, cómo se enamoran, por qué lloran y se ríen, qué sueñan y cuáles son sus pesadillas.
Porque los niños no tienen tantos años de experiencia. Y los libros les "prestan" la experiencia ajena de quienes han vivido más, para "leerse" en ella.
Porque los niños saben que, detrás de un cuento, vendrán papá o mamá a leerles cada noche. Y saben también que se quedarán a la orilla de la cama y no se irán a atender sus asuntos adultos ni apagarán la luz, al menos, hasta que ese cuento se termine. Y por eso siempre piden que les cuenten otra y otra y otra vez…
Porque un libro es como una barca que conecta dos orillas: día y noche, sueño y vigilia, luz y sombra. Y, en esa barca, los niños se deslizan lentamente desde el mundo real hacia el mundo de los sueños.
Por un sin número de razones prácticas que a los niños los tienen sin cuidado, pero que a las mam ás sí les importan. Por ejemplo, los libros no se desbaratan en miles de piecitas plásticas que hay que recoger por toda la casa, cuando se acaba la fiesta de cumpleaños. Tampoco necesitan pilas ni tienen complicados mecanismos ni requieren manuales de instrucciones para armar cuando se van los invitados.
Porque no todos los niños ni las niñas son iguales y por eso hay libros tan distintos. Hay sobre momias, dinosaurios y reinos lejanos, sobre monstruos y sobre hadas, sobre la vida real y sobre la vida imaginaria. Unos son para llorar y otros son para reírse, unos cantan y otros cuentan y otros son como museos: abiertos a todas horas y durante todos los días de la semana. Hay algunos para leer con el tacto, con las orejas y con los dientes –como leen los beb és– y hay otros para leer con la imaginación, con el corazón, con el asombro.
Y porque muchos libros –y eso lo sabemos los más grandes– permanecen en la memoria, mucho tiempo después de terminadas las fiestas de cumpleaños. Porque su garantía no expira con el tiempo, sino todo lo contrario. Porque el rumor de las historias que leímos cuando éramos pequeños se queda con nosotros, como una mú sica, como una voz, como un encantamiento... Y nos arma por dentro y nos ayuda a construir casas imaginarias para refugiarnos y pasar algunas temporadas de la vida, jugando al reino del "había una vez, hace muchos pero muchísimos a ños"… Jugando al reino de la posibilidad, que no se acaba nunca.