martes, 13 de mayo de 2008

¿Por qué se aburren los niños?, por Tammy Takahashi


Traducción del artículo de Tammy Takashi publicado en su blog Just Enough, And Nothing More. La negrita es mía.


¿Se aburren tus hijos? ¿Te aburres tú? ¿Por qué sucede?
Este post de The Naked Soul habla de las diferentes razones para aburrirse. El aburrimiento proviene de nuestras expectativas acerca de lo que el mundo que nos rodea debería “darnos” y no nos da. Es perdernos a nosotros mismos en la expectativa de que el mundo que nos rodea llene nuestros vacíos.

Recientemente he leído
Eat, Pray, Love de Elizabeth Gilbert. Es un documental de viajes en el que explica cómo viajó por todo el mundo buscándose a si misma. Como parte de su viaje, pasa parte del tiempo en Bali, y habla de los niños de allí, que se sientan durante horas en la sala de espera del médico, jugando con los dedos de sus manos y de sus pies, con poco más que un atisbo de cuánto tiempo estarán sentados allí. Habla de una niña que juega con un pedacito de azulejo, imaginando que es parte de una gran cocina y que ella está preparando la comida para sus amigos.

Estar aburrido es inimaginable para un niño que tiene una vida sencilla.
Estar aburrido, para nosotros, es la incapacidad para aceptar la simplicidad. Nuestros niños, que crecen en un mundo complejo e hiper-estimulado, están condicionados a esperar esto. Y cuando no lo tienen, crean ansiedad. Es decir, se aburren.

Tobeme dice que son nuestras expectativas de algo mejor, algo diferente, lo que nos hace aburrirnos. Esto explica por qué un niño, que está ocupado con sus tareas o sus deberes escolares y muchas otras cosas, se aburre. Explica por qué nosotros, como padres, nos aburrimos jugando a Candyland.

Esperamos más. Queremos más. No estamos satisfechos con dónde nos encontramos. Creamos ansiedad, nos inquietamos queriendo hacer algo más, repasando frenéticamente nuestra lista mental de lo que podríamos hacer para aliviar el sentimiento de ansiedad.

Entonces,
¿cuál es el remedio para el aburrimiento? El remedio es, simplemente, estar aburrido. Sentarse y continuar aburriéndose. Centrarnos en nuestro aburrimiento, aceptar que no tenemos otra cosa que hacer hasta que comencemos a relajarnos. Sólo cuando aceptamos y reconocemos lo que estamos haciendo en el momento, podemos redescubrir nuestro propósito y volver a plantearnos las posibilidades reales de lo que podemos hacer para continuar adelante.

Si respondemos al aburrimiento haciendo “cualquier cosa” que pueda salvarnos, nunca estaremos satisfechos. Continuaremos buscando y buscando, sin ser capaces de aliviar la comezón. Crearemos dramas innecesarios, ocupando nuestro tiempo con actividades estresantes, o embriagándonos con actividades autoindulgentes sólo para lamentarlo más tarde. Irónicamente, no es hasta que aceptamos nuestro actual estado de simplicidad cuando podemos encontrar consuelo en el aburrimiento y descubrir aquello que llenará los vacíos de nuestra vida de forma satisfactoria.

Nuestros hijos están en una misión preprogramada para descubrir quiénes son y cómo crear sus propias vidas. Necesitarán aburrirse muchas veces para conseguirlo. Permitamoslo. Alentémosles. Y cuando estén aburridos, en vez de sugerirles algún juego o llevarlos a algún lugar sólo para conseguir que dejen de lamentarse, intentemos decirles
“¡felicidades!”. Ésta es la ocasión perfecta para sentarnos y no hacer nada. Es la ocasión perfecta para reflexionar. Es el momento perfecto para convertirnos de nuevo en amigos de nosotros mismos.

Para ello, y para enseñar a nuestros hijos cómo no estar realmente aburridos, tenemos que practicar este tipo de auto aceptación en nuestras vidas. No es algo que podamos conseguir completamente. Requiere práctica para toda la vida. Además, es una práctica que podemos compartir mejor mediante el ejemplo que con cualquier cosa que podamos decir con palabras. No se trata de que todos juntos mantengamos el aburrimiento fuera de nuestras vidas (ésa es otra forma de salir corriendo lejos de la simplicidad, y de nosotros mismos).
Se trata de permitirnos estar aburridos en presencia de nuestros hijos y permitirles ver nuestro proceso las suficientes veces para que puedan entender, a nivel interior, por qué es importante dar el brazo a torcer. No sólo porque les digamos que deben hacerlo.