* Este artículo fue publicado primero en mi blog personal
www.lauramascaro.com
Cuando comento que he utilizado el Método Doman con Damián (desde los dos años) y que lo vuelvo a utilizar ahora con Víctor, que tiene 3 meses y medio, la reacción más habitual es preguntar con extrañeza: “Pero ¿no erais unschoolers?” Como si el Método Doman fuera incompatible con ser unschooler, cosa que a menudo también me preguntan directamente.
He estado posponiendo la respuesta porque quería explicarme bien. Hay mucho malentendido sobre
lo que es el unschooling y mucho malentendido sobre
lo que es el Método Doman. Malentendido y prejuicio. Así que si los juntamos a los dos, el malentendido puede ser épico. Por eso quería explicarme bien. Y como la exposición es más bien larga, dejo primero la versión corta por si no os interesa leer la explicación completa:
El Método Doman coincide en bastantes puntos con el unschooling. Por ejemplo, en su regla de oro: “si usted o si hijo no se están divirtiendo ¡déjelo!”. Sin entrar a explicar cómo funciona este método y cuál es la filosofía en la que se fundamenta, sólo atendiendo a su regla de oro ya podríamos afirmar que es perfectamente compatible con el unschooling. El objetivo es pasar un buen rato, divertirse en compañía de los hijos. Que, además, aprendan a leer y adquieran vocabulario no es más que un magnífico efecto secundario. Así es también en el unschooling, pues el unschooling tiene más que ver con las relaciones entre padres e hijos (y entre hermanos entre si) que con la enseñanza o la consecución de determinados objetivos de aprendizaje.
Ahora bien, si alguna autoridad mundial en unschooling viniera y me dijera: “El Método Doman es incompatible con el unschooling” gustosamente le daría mi carnet de unschooler para que lo destruyera, pues cuando tomo una decisión respecto de mis hijos no me guío por la circunstancia de que encaje o no encaje en determinada etiqueta.
Hasta aquí la versión abreviada. Ahora, para los interesados, la explicación completa:
Conocí el método Doman cuando mi hijo Damián tenía 2 años. En ese momento no éramos unschoolers. No éramos homeschoolers, tampoco. Damián había entrado a la guardería a los 11 meses de edad y allí seguía por el momento. La idea de que los niños pequeños podían aprender a leer sin dificultad me fascinó. La idea de que el proceso podía ser divertido para toda la familia, también. Pensé que no teníamos nada que perder. Aprender a leer es importante, desde mi punto de vista, y sé que para muchos niños supone un auténtico calvario. Tampoco teníamos nada que perder, así que decidí probarlo, sabiendo que si no nos gustaba lo íbamos a dejar y que no pasaba nada por ello.
Resultó que los ratos de “jugar a leer” eran de lo más divertido. Sólo ver la cara de Damián y sus muestras de alegría ya me convencieron para seguir adelante con el programa,
independientemente de que diera resultados o no. Hicimos le programa de lectura, el de conocimientos enciclopédicos y parte de los de básica y excelencia física. Lo fuimos dejando a medida que Damián crecía y, sobre todo, cuando comenzó a ser un lector autónomo y esta maravillosa herramienta le daba acceso a cualquier contenido que le interesara.
Después llegó el “radical unschooling” y comencé a decir que, si tenía otro hijo, no sabía si repetiría con este método o no. También es cierto que no creía que fuera a tener más hijos, pero entonces llegó Víctor y no tuve ninguna duda. Ya desde el embarazo supe que lo iba a hacer. No tenía claro que fuese a usar el programa del recién nacido, pero sí los demás. Así que en el segundo mes de vida del niño preparé los materiales de matemáticas y lectura,
lo expliqué en el videoblog y algunas personas descubrieron
que tengo otro blog en el que hablo de estimulación temprana, aprendizaje infantil y crianza desde el año 2008.
Y volvió la pregunta de marras: ¿cómo puedes usar este método y decir que eres unschooler? Bien, yo no soy quién para conceder o denegarle títulos a nadie y cada vez me importa menos saber si encajamos o no encajamos en el concepto de “unschooler” o en cualquier otro. Pero como veo que es una cuestión que se me plantea repetidamente, voy a tratar de aclarar por qué pienso que sí son compatibles:
En una entrevista concedida a la revista Mothering en 1980, John Holt, quien no es para nada sospechoso de defender técnicas escolares ni mucho menos la institución escolar, dijo lo siguiente cuando le preguntaron cuál era su filosofía sobre la enseñanza de la lectura:
“Creo que enseñar a leer es en gran medida lo que impide el aprendizaje. Diferentes niños tienen diferentes formas de aprender. Creo que leer en voz alta es divertido, pero nunca le leería a un niño en voz alta con la intención de que el niño aprendiera a leer. Se les lee en voz alta porque es divertido y es agradable estar en compañía. Coges a un niño, lo sientas a tu lado o en tu regazo, y le lees una historia que os entretiene. Y si no es una experiencia acogedora, alegre, cálida, amable y amorosa, entonces no deberías hacerlo. No va a hacer ningún bien.”
Es exactamente lo mismo que dice Glenn Doman cuando establece la regla de oro de su método: “La regla principal es que tanto el padre o la madre como el hijo deben abordar gozosamente el aprendizaje como el juego maravilloso que es. Si usted no lo está pasando de maravilla o si su hijo no lo está pasando de maravilla, ¡déjenlo!”
Si el unschooling aboga por establecer relaciones sanas, equilibradas y de confianza con los hijos, y Doman nos propone una actividad que será divertida, placentera y que contribuirá a fortalecer el vínculo paterno-filial, no veo en qué modo son incompatibles. Es más, si profundizamos algo más en las tesis de Holt y en las de Doman, veremos que siguen coincidiendo en muchos puntos. Holt, de nuevo en Mothering, dice:
“Creo que a los niños les atrae el mundo adulto. Está bien tener libros infantiles, pero la mayoría de ellos tienen demasiada imagen. Cuando los niños ven libros, como los ven en las familias en las que los adultos leen, con páginas y más páginas de letra impresa, les resulta bastante evidente que si quieren descubrir de qué van los libros tendrán que leer esa letra.”
Es exactamente el motivo por el que Doman sugiere enseñar a los niños bits de palabras escritas mucho antes de enseñarles imágenes y mucho antes de enseñarles el abecedario.
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Una de las primeras sesiones de lectura
con el Método Doman.
Víctor tenía 3,5 meses de edad |
Coinciden también en que el aprendizaje debe ser divertido y útil, que la motivación ha de ser intrínseca y que el mayor enemigo del aprendizaje es la evaluación. “Nunca examine a su hijo” es otra de las reglas de oro del Método Doman. Para ambos, el objetivo es que el aprendizaje resulte fácil y gozoso. Para ambos, leer es importante porque abre muchas puertas, facilita la adquisición e vocabulario y ayuda a aprender a pensar. En su artículo “Cómo los profesores logran que los niños odien la lectura”, John Holt cuenta cómo comenzó a replantearse la forma en que la lectura se enseña en las escuelas y cómo cambió su metodología con excelentes resultados. Se dio cuenta de que la mayoría de los niños veían la escuela como un lugar peligroso; de que el sentimiento predominante eran el miedo y la vergüenza; de que el objetivo primordial para muchos niños era pasar desapercibido, lograr que les dejaran en paz, que el profesor no se fijaba en ellos y, en caso de que se fijara, tratar de no cometer ningún error para no ser humillados con una reprimenda, una corrección en público, las burlas de los otros niños y, peor aún, una triste sonrisa condescendiente.
“En poco tiempo los niños comienzan a asociar los libros y la lectura con los errores, reales o temidos, con los castigos y la humillación. Puede que no parezca razonable, pero es natural. Mark Twain dijo que el gato que se ha sentado sobre una estufa caliente no volverá a sentarse sobre una otra vez, pero tampoco se sentará en una estufa fría. Tan cierto es para los gatos como para los niños.”
Y si podemos evitarles esa humillación y esa tortura, si podemos evitarles dificultades futuras y el terrible infortunio de sufrir ante la lectura ¿por qué motivo no habríamos de hacerlo? Si hay una actividad que resulta placentera, que fortalece el vínculo madre-hijo y que no tiene ni un sólo inconveniente pero sí martilles ventajas ¿vamos a descartarla sólo porque tal vez -insisto, tal vez- no encaja en una etiqueta que nos hemos -o nos han- adjudicado?
Si quieres ver cómo usamos el Método Doman con nuestro hijo Víctor desde los 3,5 meses, suscríbete a mi canal de youtube (clic aquí)
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